AÑIL.EL SALVADOR. AÑIL. ORO AZUL.
«El Puntero apuntado”
Se dice que esta máquina rudimentaria trabajaba con tinta
fabricada a base de añil. La primera imprenta primitiva en El Salvador, nace en
Texistepeque, ubicado en el departamento de Sonsonate, frente al parque central
y a pocos pasos de la iglesia, en una casa,
hace 376 años. El fraile elaboraba la tinta con la que
impregnaba los tipos sueltos de madera y de ahí salió el primer libro
encuadernado “El Puntero Apuntado con Apuntes Breves” ,que más tarde se convertiría
en un símbolo que marca el nacimiento de la imprenta en El Salvador. (Mi pueblo
y su gente., 2010).
EL ORO AZUL.
Desde tiempos precolombinos, la planta de Jiquilite ha sido
un símbolo de la cultura salvadoreña. Su tinta o sea el añil (conocido como el
oro azul) era indispensable para adornar
las vestimentas sacerdotales y las hojas aportaban múltiples beneficios
medicinales; además de ser la principal industria de aquellos días.
En investigaciones posteriores entorno a esta obra, se han
originado polémicas en cuanto a su fecha de impresión, ya que registros datan
que la imprenta llega a El Salvador en 1824, cuando se constituye la república,
recién disuelta la república federal de Centroamérica, bajo el tratado jurídico Andrés Bello. La imprenta del estado funcionó
desde Julio de 1824 (Dinarte, 2015).
Este libro es una mezcla de dos dialectos: el gallego y el
español americano. En su argumento, como se ha mencionado anteriormente habla
del proceso de extracción del añil, ya que su autor poseía conocimientos
previos, acerca de remedios caseros propios de la época y de los nativos de la
región. (Montes, 1972)
El hallazgo de la imprenta con caracteres movibles, ha sido
una proeza para la historia de la cultura. La verosimilitud de producir tirados
de diversos ejemplares de libros ha sido una vereda hacia un número mayor de
personas del mundo del saber escrito y ha provocado múltiples transformaciones
en la política, la religión y el arte. El saber escrito dejó de ser patrimonio
de una élite y se extendió a amplias capas de la población. La escritura fue
sustituyendo a la tradición oral como forma privilegiada para transmitir
conocimientos, a la par que las publicaciones impresas, como libros o
periódicos, se generalizaron. A principios del siglo XX la escritura impresa ya
era el medio predominante en Occidente para la difusión del saber. Además de su
enorme significado para la religión, la política y las artes en general, fue
este un avance tecnológico que facilitó todos los demás que le siguieron.
LA PRIMERA IMPRENTA PENTECOSTAL.
La trajeron los pentecostales a Santa Ana para ser utilizada
en la impresión de los primeros estudios luteranos. Gustavo Galdámez la usó,
como secretario de LAS ASAMBLEAS DE DIOS DE EL SALVADOR. Década de los 50
La imprenta está actualmente – 2020- en el museo CASA DE
HISTORIA del TEMPLO BETEL. La custodia el Dr. Billy Amaya, pastor del Templo
Betel.
Azul pintado de cielo. MANGLIO
Deben leerlo las nuevas generaciones por su estética y para
ir al encuentro de nuestra identidad cultural.
El libro que ya mencioné «Pintando el mundo de azul»,
producto de investigación, me sacó de las dudas en estos meses. El declive de
los colorantes naturales (el rojo o índigo o carmín en Guatemala y Perú, sacado
del insecto cochinilla; y nuestro azul sacado de la planta jiquilite) no
provino de ese descubrimiento químico, sino de que también Asia producía el
azul; solo que el producto centroamericano era nueve veces de mayor rendimiento
y calidad que el producido en la India, debido a que mezclaban con otros
elementos extraños para hacerlo abundar. Pero, por cantidad de producción,
jamás íbamos a superar al país asiático. De modo que nuestra exportación de
añil continuó con limitaciones hasta finales del siglo XIX, aunque los europeos
prefirieron el azúcar y el cacao como producto de explotación y exportación
desde las islas colonizadas, como las Antillas Menores y Jamaica. Porque ya
existían los colorantes sintéticos.
Lo precioso de «El Puntero apuntado…, es que contempla hasta
la modalidad de cómo los cortadores (pueblo originarios) debían transportar la
planta hacia los obrajes («fábricas», dice el libro), el tiempo de corta, y el
permanecer en las pilas con agua donde se lanzaba las plantas, y como debía
removerse el agua para producir un colorante de calidad que diera diferentes
matices del azul. Pero la mortandad de los indígenas produjo la necesidad de
traer a El Salvador mano de obra esclava de África, de ahí nuestra ascendencia
africana.
Para sorpresa, pese a la tecnología del siglo XXI, el añil
tiene demanda para colorear ropa de la gran moda. Nuestro azul no muere, pese a
sus quinientos años de existencia y los avances químicos. Su eternidad no es
por el color pintado de cielo. No muere por valor de identidad: porque tuvimos
«fábricas de tinta» tres siglos atrás.
Metáforas aparte, me interesa divulgar nuestros tesoros.
Pueden encontrarlo digitalizado en REDICCES, buscar «Biblioteca Nacional» o
Biblioteca del Patrimonio Digital Iberoamericano. Como dice el prólogo: deben
leerlo las nuevas generaciones por su estética y para ir al encuentro de
nuestra identidad cultural.
En la primera mitad del siglo XVI, se comenzó a producir
añil en toda Centroamérica, constituyéndose El Salvador como el principal
productor, título ganado por la cantidad que producía y la calidad del tinte.
Durante los siglos XVII y XVIII, se extendió a lo ancho y
largo de este país, aumentando el reconocimiento obtenido por El Salvador como
el país añílero por excelencia, es así que durante un momento de esplendor y de
la colonia es reconocido como el “oro azul”. A partir de la revolución
Industrial, la mayoría de salvadoreños se dedicaron a su producción.
HIERVA AZUL. ORO AZUL
Los antiguos pobladores de esta región mesoamericana,
conocían la planta denominada “Xiuhquilit” que en idioma náhuatl significa
“hierba azul”, palabra que degeneró después en “xiquilite” y “jiquilite”.
En realidad es difícil establecer si el añil se utilizaba
antes de la llegada de los españoles, pero lo que sí es cierto, es que los
mayas ya lo conocían en 1558. Ese mismo año el Rey de España pidió unas
muestras de añil con una recopilación de los métodos de cultivo y extracción
empleados por los cultivos.
Localización
El añil o xiquilite crece mejor en los terrenos bajos y
cálidos, en tierras arenosas no muy húmedas, niveladas o con ligeras pendientes
y con buen drenaje. Las zonas donde se concentró la producción añilera en El
Salvador fueron:
Santa Ana Sonsonate
Sensuntepeque San
Salvador
San Vicente Suchitoto
Olocuilta Cojutuepeque
Chalatenango Gotera
Tejutla Usulután
Opico San Miguel
Zacatecoluta San
Alejo
Metapán Ateos
Revolución Vegetal: el Añil. Tinte azul obtenido de la
planta jiquilite usado por maya pipiles por generaciones en El SALVADOR.
Manglio Argueta publica artículo en La Prensa Gráfica en
Séptimo Sentido acerca del añil yo retomo el tema y público éste azul divino.
Escribí sobre el
libro «Puntero apuntado con apuntes breves», atribuido al salvadoreño Juan de
Dios del Cid, el primer libro editado en territorio ahora centroamericano,
posiblemente en 1741 (aunque existe el original que vi en la Biblioteca
Nacional de Chile con fecha 1641, pero el 6 está tachado). Hay un debate sobre
el autor y la fecha; aunque yo sabía de él desde que estudiaba en San Miguel el
sexto grado. Bueno, tiene tantos años el libro que se ha creado un enigma. Pero
lo importante es su contenido y su grafía («tipos» de letras hechos a mano en
madera que ofrece una estética admirable).
Algo aún más real: es un tesoro de identidad cultural
salvadoreña y regional. Hay una edición facsimilar de Concultura (1999; con un
interesante estudio de una española (Isabel Cassin) que me visitó como editor
universitario, llegó con su esposo ex jesuita Santiago Montes, pero la toma de
la UES, (1972) retrasó la edición.
Agrego que acabo de descubrir en mis anaqueles un libro
publicado por Concultura (DPI, 2003) titulado «Pintando el mundo de azul» (José
Antonio Fernández, costarricense). Su lectura, bajo el asedio planetario, me
hizo recordar mi niñez. Vivía en un barrio sub urbano (en aquel tiempo, ahora
es diferente: Avenida Roosevelt, Estadio Charlaix, Clínicas, Hospitales).
Recuerdo que descubrí, o me hizo descubrir mi abuela, que en la calle había
muchas matas de añil (nombre universal del jiquilite) y que se podía hacer
tinta.
Aunque ya nunca volví a ver esas plantas las tengo en mi
memoria, pues me puse a hacer tinta, y me gustaba ver sus frutitas en forma de
racimos de guineo, fruta que se cultivaba en el patio. Todo esto fue antes de
mi primer grado, pero yo sabía de las tintas por conocer el tintero de un tío
que fue como mi padre. Entonces me ponía a jugar haciendo tinta como lo hace un
niño en nivel de inicial. Y como he dicho otras veces, que la patria de la
poesía es la infancia, es para no olvidarlo.
Claro, nunca conocí «El Puntero…», manual de fabricación de
tinta añil, su proceso para fabricarla, y que llegó a ser en siglos XVI al
XVIII principal producto de exportación. También me hizo recordar que en mi
barrio sub urbano abundaba el árbol de tihuilote, y descubrí que esa
«frutilla», como racimos de uva, en forma parecida a perlas, de textura
pegajosa, era insumo para fabricar la tinta.
Fue en Costa Rica donde descubrí «El Puntero Apuntado…» por
lo que hice referencia en mi novela que presenté en Alemania en la Deutsche
Welle (DW): Cuzcatlán donde bate la Mar del Sur. Y ellos sabían del añil.
Cuando regresé a El Salvador me propuse buscar el libro.
Sorpresa, encontré varios ejemplares, y el precio: ochenta centavos de colón,
un equivalente a diez centavos de dólar. Me fui de bolsa gastando el
equivalente a un dólar y adquirí diez ejemplares para regalar a los amigos,
pues antes había hecho un pequeño sondeo si lo habían leído, y me di cuenta que
no, más o menos conocían el nombre. Y me emocionaba que en el Instituto
Centroamericano de la Universidad de Costa Rica descubrí una crónica de un
barco llegando al puerto de Rotterdam a finales del siglo XVII (1690) desde Sonsonate,
era Acajutla, o Acaxual de esas épocas, con un cargamento de tabletas de añil,
porque se exportaba en forma de bloques, o ladrillos. Era el azul cielo de
nuestras tierras con el que pintaban las telas del naciente industrialismo en
Europa.
Antes de ese descubrimiento pensaba que los colorantes que
iban hacia Europa solo procedían de la región centroamericana, y de las islas
caribeñas colonizadas por países europeos. Pensaba que la caída del añil fue
por el descubrimiento de los colorantes sintéticos a finales del siglo XIX, y
eso nos había impulsado a producir el café.
El libro que ya mencioné «Pintando el mundo de azul»,
producto de investigación, me sacó de las dudas en estos meses. El declive de
los colorantes naturales (el rojo o índigo o carmín en Guatemala y Perú, sacado
del insecto cochinilla; y nuestro azul sacado de la planta jiquilite) no
provino de ese descubrimiento químico, sino de que también Asia producía el
azul; solo que el producto centroamericano era nueve veces de mayor rendimiento
y calidad que el producido en la India, debido a que mezclaban con otros
elementos extraños para hacerlo abundar. Pero, por cantidad de producción,
jamás íbamos a superar al país asiático. De modo que nuestra exportación de
añil continuó con limitaciones hasta finales del siglo XIX, aunque los europeos
prefirieron el azúcar y el cacao como producto de explotación y exportación
desde las islas colonizadas, como las Antillas Menores y Jamaica. Porque ya
existían los colorantes sintéticos.
Lo precioso de «El Puntero apuntado…, es que contempla hasta
la modalidad de cómo los cortadores (pueblo originarios) debían transportar la
planta hacia los obrajes («fábricas», dice el libro), el tiempo de corta, y el
permanecer en las pilas con agua donde se lanzaba las plantas, y como debía
removerse el agua para producir un colorante de calidad que diera diferentes
matices del azul. Pero la mortandad de los indígenas produjo la necesidad de
traer a El Salvador mano de obra esclava de África, de ahí nuestra ascendencia
africana.
Para sorpresa, pese a la tecnología del siglo XXI, el añil
tiene demanda para colorear ropa de la gran moda. Nuestro azul no muere, pese a
sus quinientos años de existencia y los avances químicos. Su eternidad no es
por el color pintado de cielo. No muere por valor de identidad: porque tuvimos
«fábricas de tinta» tres siglos atrás.
Metáforas aparte, me interesa divulgar nuestros tesoros. Pueden encontrarlo digitalizado en REDICCES, buscar «Biblioteca Nacional» o Biblioteca del Patrimonio Digital Iberoamericano. Como dice el prólogo: deben leerlo las nuevas generaciones por su estética y para ir al encuentro de nuestra identidad cultural.
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